algo cambió
Escribí la canción dos horas antes de que nos conociéramos.
No sabía tu nombre o cómo eras todavía.
Oh podría haberme quedado en casa durmiendo.
Podría haber ido a ver una peli, en cambio.
Podrías haber cambiado de planes y haber visto a tus amigas.
La vida podría haber sido muy diferente pero entonces,
Algo cambió.
¿Creés que hay alguien ahí arriba?
¿Tendrá Él un cronograma dirigiendo números de amor?
¿Por qué escribí esta canción ese día?
¿Por qué me tocaste la mano y dijiste suavemente:
Dejá de hacer preguntas que de cualquier modo no importan?
Sólo démonos un beso para celebrar acá hoy.
Algo cambió.
Cuando nos despertamos esa mañana no teníamos modo de saber,
Que en un par de horas cambiaríamos el camino que íbamos a andar.
¿Dónde estaría ahora si nunca nos hubiéramos conocido?
¿Estaría cantándole esta canción a alguien más, en cambio?
No sé, pero como vos dijiste
Algo cambió.
31.12.06
19.10.06
+ bornemann
poema sin ganas
No tengo ganas de despedirme
y tú me dices que debo irme.
La desganada seré a tu lado.
Lágrima viva por tu costado.
A estar sin ti vas a enseñarme,
porque no sé desenamorarme.
No tengo ganas de soledades,
de amor partido en dos mitades,
Ni de que falten a mi caricia
las manos tuyas: miedo y delicia.
Y aunque te enojes, volveré a verte:
¡No tengo ganas de no quererte!
No tengo ganas de despedirme
y tú me dices que debo irme.
La desganada seré a tu lado.
Lágrima viva por tu costado.
A estar sin ti vas a enseñarme,
porque no sé desenamorarme.
No tengo ganas de soledades,
de amor partido en dos mitades,
Ni de que falten a mi caricia
las manos tuyas: miedo y delicia.
Y aunque te enojes, volveré a verte:
¡No tengo ganas de no quererte!
15.10.06
auster
la invención de la soledad (frag.)
Una noche, sin ninguna razón en particular, salió a caminar por la aburrida zona oeste de la calle Cincuenta y se metió en un bar de alterne. Mientras tomaba una cerveza en la mesa, una voluptuosa joven desnuda se sentó a su lado. La chica se aproximó cada vez más y comenzó a describirle todas las cosas lascivas que podría hacerle en «la habitación del fondo» si estaba dispuesto a pagar. Sus proposiciones eran tan directas y en cierto modo graciosas que él acabó aceptando. Por fin decidieron que le chuparía el pene, pues afirmaba tener un talento extraordinario para aquella actividad, y en efecto se dedicó a la tarea con un entusiasmo sorprendente. Unos minutos más tarde, en el preciso instante en que se corría dentro de su boca con un largo y palpitante chorro de semen, A. tuvo una visión que lo ha acompañado desde entonces: cada eyaculación contiene miles de millones de espermatozoides —o más o menos la cantidad equivalente al número de habitantes del planeta— y eso significa que cada hombre guarda en sí mismo el potencial de un mundo entero. Y en lo que ocurriría, si esto pudiera ocurrir, se encuentra toda la gama de posibilidades: las semillas de idiotas y genios, de bellos y deformados, de santos, catatónicos, ladrones, corredores de bolsa y equilibristas. Cada hombre, por lo tanto, es un mundo entero y alberga en sus propios genes un decálogo de toda la humanidad. O, como dice Leibniz: «cada sustancia viva es un perpetuo espejo viviente del universo». Pues el hecho es que estamos formados por la misma materia que surgió de la primera explosión, de la primera chispa en el vacío infinito del espacio. O al menos eso se dijo a sí mismo, en aquel momento, mientras su pene estallaba en la boca de la mujer desnuda cuyo nombre ha olvidado. Pensó: la irreductible mónada. Y luego, como si por fin lograra asimilarlo, pensó en la célula microscópica y furtiva que se había abierto camino en el cuerpo de su mujer, unos tres años antes, para convertirse en su hijo.
14.8.06
tuñón
La cerveza del pescador Schiltigheim
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassone y Chartres, Chicago y Québec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
Y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers, una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas.
Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim.
Para que amemos Carcassone y Chartres, Chicago y Québec, torres y puertos.
Los blancos molinos harineros y la luz de las altas ventanas de la noche encendidas para los hombres de frac y para los ladrones.
Y las islas en donde los Kanakas comen plátanos fritos
Y bajo las palmeras entre ágiles mulatas suenan los ukeleles.
Islas, dije, las islas, soles rojos, platillos para Darius Milhaud.
¡Tener un corazón ligero! Vale decir, amar a todas las mujeres bellas.
Y una moral ligera, vale decir, andar con gitanos alegres
y dormir en un puerto un ocaso cualquiera y en otro puerto y otro
y andar con suavidad y desenvoltura de fumador de opio.
Para que a cada paso un paisaje o una emoción o una contrariedad
nos reconcilien con la vida pequeña y su muerte pequeña.
Para que un día nos queden unos cuantos recuerdos: decir, estuve,
estuve en tal pasión, en tal recodo. Estuve, por ejemplo,
en la feria de Aubervilliers, una mañana, con un trozo de asado,
una amistad tranquila, la mesa clara, el perro, el buen hablar
y afuera, las verduleras de París chapoteando con los zuecos en la nieve.
Para que bebamos la rubia cerveza del pescador Schiltigheim
es necesario no asustarse de partir y volver, camaradas.
Estamos
en una encrucijada de caminos que parten y caminos que vuelven.
8.7.06
más emily
Noches salvajes
¡NOCHES salvajes! - ¡Noches salvajes!
¡Si estuviera yo contigo
Las noches salvajes serían
Nuestra lujuria!
Fútiles -los vientos-
Para un corazón en puerto-
Inútiles las brújulas-
¡Inútiles los mapas!
Remando en el Edén-
¡Ah, el Mar!
¡Si pudiera amarrar
-esta noche-
en ti!
¡NOCHES salvajes! - ¡Noches salvajes!
¡Si estuviera yo contigo
Las noches salvajes serían
Nuestra lujuria!
Fútiles -los vientos-
Para un corazón en puerto-
Inútiles las brújulas-
¡Inútiles los mapas!
Remando en el Edén-
¡Ah, el Mar!
¡Si pudiera amarrar
-esta noche-
en ti!
22.6.06
laura wittner
13.
Para las ocho de la noche
de un día de invierno sugiero:
sonidos de un estudiante de piano
desde un departamento impreciso.
Para las ocho de la noche
de un día de invierno sugiero:
sonidos de un estudiante de piano
desde un departamento impreciso.
31.5.06
más arlt
de "Los siete locos" (fragmento)
-Y ahora -repuso el capitán- ¿yo también lo hundo?
-No, hombre, usted no. Naturalmente, he sufrido tanto, que ahora el coraje está en mi encogido, escondido. Yo soy mi espectador y me pregunto: ¿Cuándo saltará mi coraje? Y ése es el acontecimiento que espero. Algún día algo monstruosamente estallará en mí y yo me convertiré en otro hombre. Entonces, si usted vive, iré a buscarle y le escupiré en la cara.
El intruso lo miró sereno.
-Pero no por odio, sino para jugar con mi coraje, que me parecerá la cosa más nueva del mundo... Ahora, puede usted retirarse.
-Y ahora -repuso el capitán- ¿yo también lo hundo?
-No, hombre, usted no. Naturalmente, he sufrido tanto, que ahora el coraje está en mi encogido, escondido. Yo soy mi espectador y me pregunto: ¿Cuándo saltará mi coraje? Y ése es el acontecimiento que espero. Algún día algo monstruosamente estallará en mí y yo me convertiré en otro hombre. Entonces, si usted vive, iré a buscarle y le escupiré en la cara.
El intruso lo miró sereno.
-Pero no por odio, sino para jugar con mi coraje, que me parecerá la cosa más nueva del mundo... Ahora, puede usted retirarse.
8.5.06
otro de giannuzzi
autocrítica
El sol ocupa toda la tarde
Estoy solo y lírico en la tarde
Estoy hecho un amarillo poema perfecto
Pero en lugar de escribirlo
Enviudé mi juventud
Me aseguré el tabaco y el café
Una a una he chupado las costillas de la estética
Pero el jugo secreto no me fue revelado
No encuentro un personal sistema de lenguaje
Quiero decir un acto de escritura
Que mis contemporáneos interpreten adecuadamente mal.
El sol ocupa toda la tarde
Estoy solo y lírico en la tarde
Estoy hecho un amarillo poema perfecto
Pero en lugar de escribirlo
Enviudé mi juventud
Me aseguré el tabaco y el café
Una a una he chupado las costillas de la estética
Pero el jugo secreto no me fue revelado
No encuentro un personal sistema de lenguaje
Quiero decir un acto de escritura
Que mis contemporáneos interpreten adecuadamente mal.
6.5.06
horacio quiroga
rea silvia
Hay en este mundo naturalezas tan francamente abiertas a la vida que la desgracia puede ser para ellas el pañal en que se envuelven al nacer. Permítaseme esta ligera filosofía en honor a la crítica infancia de una criatura que nació para los más tormentosos debates de la pasión humana, y cuya vida pudo ser desgraciada como puede serlo el agua de los más costosos jarrones.
Sus padres le dieron por nombre Rea Silvia y la conocí en su propia casa. Era una criatura voluntariosa, de ojos negros y aterciopelados. Su alma expuesta al desquicio le hizo adorar (era muy pequeña) los brocatos oscuros de los sillones, las cortinas de terciopelo en que se envolvía tiritando como en un grande abrazo.
Era alegre, no obstante. Su turbulencia pasaba la medida común de las hijas últimas a que todo se consiente. Las amigas queridas de su mamá (señorita de Almendros, señorita de Joyeuse, señora de Noblecorazón) soñaban -unas para el futuro, otra para esos días- un ángel igual al de la blanca madre. El canario, que era una diminuta locura, los mirlos más pendencieros de la casa vecina, vivían en gravedad, si preciso fuera compararlos con las carcajadas de Rea. ¿Cómo, pues, tan alegre, perdía las horas en la sala oscura, sombra y desgracia de las hijas que van a soñar en ellas? Problemas son estos que sólo una noble y grande alma puede descifrar.
Hay detalles que pintan un carácter: si esto es vulgar, Rea Silvia no lo era.
Hablaba de amor.
-Yo sé -decía una vez delante de un reflexivo grupo de criaturas-, yo sé muchas cosas. Yo he leído y además adivino. Para nosotras (se alisó gravemente la falda) el amor es toda la existencia. Una señora murió, murió de amor. Nadie la conocía sino mamá y papá. Murió.
Las criaturas -de la mano- se miraron. Una alzó la voz débilmente:
-¿Murió?...
Rea hizo un mohín de orgullo que la elevó quince codos por encima de su auditorio. Alzó la cabeza apretándose las manos:
-¡Qué dulce debe ser morir de amor!
Y repitió, pequeña poseuse, ante las cándidas aldeanitas: -¡Oh, sí, qué dulce!
¡Cuán voluble era su alma! Teresa, su hermana de dieciocho años, muchos sinsabores tuvo que apurar por ella. En conjunto, Rea Silvia era una criatura romántica, y yo, que cuento su historia, tengo de sobra motivos para no dudarlo.
Huía a la sala. Allí, echada en un sillón, con el rostro sombrío, mordía distraídamente un abanico para mejor soñar.
Se abrasaba en celos. Una de sus pequeñas amigas era Andrea (de la familia Castelli, con tanto respeto recordada en Bolonia). Un día, en una de esas crisis de pasión, luego de estrecharla locamente entre sus brazos, le cogió la cara entre las manos:
-¿Me quieres? Andrea sonrió. -Sí, déjame.
Rea temblaba.
-¿Me querrás siempre?
-¡Oh, no! ¡siempre no se puede decir, Rea! La fogosa criatura golpeó el suelo con los pies.
-¡Yo no sé si se puede decir! Quiero que me respondas: ¿me querrás siempre?
La había cogido de las manos. Andrea tuvo un poco de miedo, sonriendo tímidamente:
-¿Y tú me quieres a mí?
-¡Yo no sé! ¡no sé nada! Respóndeme: ¿me querrás siempre?
-Sí, siempre -y se echó a llorar con los puños en los ojos. Rea la estrechó radiante contra su pecho, consolándola ahora. Yo digo: ¡almas de niña, que en Rusia enloquecen a los escritores!
En esta época mis visitas a la casa fueron más frecuentes; todo mi corazón estaba lleno por la dicha que esperaba del amor soncillo y plácido de Teresa. ¡De qué modo había deseado fuera un día mi prometida! Ya lo era, y mi alegría se desbordaba en múltiples ridiculeces que entonces -¡feliz entusiasmo ya lejano!- no vi. Rea Silvia fue la pequeña devoradora de mis besos a que aún no podía dar mejor destino, y asimismo de los bombones que le prodigaba mi forzosa galantería; verdad es que la quería mucho, y en mis rodillas, cuando hablaba con Teresa, supo con qué temblor se acarician los cabellos de una criatura cuya hermana, sentada enfrente nuestro, nos mira jugando ligeramente con el pie.
Todos los días, cuando yo llegaba, corría a colgarse de mi cuello. Me apretaba largo rato contra su cara.
Una noche Teresa me dejó un momento. Rea había pasado esa larga hora acurrucada en el sofá, mirándome con sus ojos sombríos. Fui hacia ella y la besé. Bajó la vista.
-¡Ah! mi pequeña no me quiere más, ¿verdad?
Levantó apenas la cabeza, me miró fugazmente y se estremeció. Me incliné sobre ella:
- ¿No?... ¡Y yo que creía que me querías tanto!
Me incorporé para irme. En ese instante saltó del sofá y me echó los brazos desnudos, locamente.
-¡Sí, te quiero, te quiero mucho! -me besaba la cabeza, los ojos-, ¿por qué me haces sufrir? -Y repetía únicamente, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados, quejosamente-: ¡Sí, te quiero, te quiero!
Teresa entró con su suave paso. Al vernos, cariñosa hermana, se inclinó sobre Rea, y, como una madrecita, le ciñó la frente contra su cintura:
-¡Ya me parecía que el enojo de Rea no iba a durar! ¿Creerás? esta noche en la mesa cuando hablábamos de ti se puso de pronto tan enojada que lo advertimos todos. Al verme reír huyó llorando. Estaba furiosa conmigo. Y también contigo. Esta pequeña -concluyó besándola en las mejillas- me odia. En cambio... -murmuró alzando lentamente hacia mí sus ojos matinales...
Nos perdimos en seguida en susurros de amor.
Rea no jugaba más. Rea no hablaba más. Rea adelgazaba. ¿Quién recuerda a Rea en aquella época? Enfermó; la dulce amiga de mis confidencias. Se hundió en la cama, presa de una anemia tenaz, toda blanca, sólo los labios por prodigio encendidos, más rojos aún que los de Teresa, como si la pequeña apasionada llama de su vida se hubiera encendido prematuramente con mis besos que -¡por qué la besé tanto!- no pasaban a su hermana...
Veinte días su existencia fluctuó, como el alma de los tristes, entre el esfuerzo y la nada. Los médicos en consulta pronosticaron desgracia. Yo velé como nadie las noches letárgicas de su inanición, y los augurios de felicidad que habíamos hecho con Teresa eran ahora tristes oscilaciones de cabeza que cambiábamos al pie de su cama.
Una noche, de franca esperanza, hablaba con Teresa del nombre adecuado para un posible descendiente nuestro. Concluí:
-Si es hombre, que lleve, en fin, el mío. Si es mujer, Teresa. -No, no me gusta. Busca otro.
Mis ojos entonces se fijaron en la enferma que nos miraba desde el fondo de su almohada blanca. Le envié un beso y dije:
-Rea Silvia.
-Pues bien. Rea Silvia. La pequeña sollozó: -No, no mi nombre.
-¿Por qué? -le dije sosteniéndola en mis brazos-, ¿otra vez no me quieres?
-Sí, sí -murmuró apretando su mejilla a la mía. Y gemía estrechándome-: ¡No, mi nombre no!
Llegó el día del 24 de junio: todo estaba perdido. Rea Silvia comprendió que moría, y al lado de su madre y de su hermana revivió un momento para mí. Me hizo llamar: quería estar sola conmigo. Incorporóse débilmente y se sostuvo con la cabeza bajo mi cuello:
-Voy a morir, creo. Y yo quería haber vivido... Tiritaba bajo mis brazos.
-¡Cómo te quiero! ¡cómo te quiero! -murmuraba-. Si pudiera morir así...
Tembló un momento, escondiéndose casi: -Dime: ¿me hubieras querido tú a mí?
La vista caída, deslizaba el pulgar a lo largo de los dedos. Movió la cabeza tristemente:
-No... no... -Tuvo un largo escalofrío. Al fin suspiró difícilmente-: ¿Me quieres dar un beso, di?
-¡Sí, mi alma, cuantos quieras!
Se colgó entonces de mi cuello, echando la pálida cabeza hacia atrás: -Un beso como si fuera... -Y cerró los ojos.- Como si fuera... -Volvió a abrirlos lentamente. Apenas-: ...Teresa...
Hombre y todo, me puse pálido. No dije nada: me incliné temblando a mi vez y uní mi boca a la suya. Para ella fue tan grande esa dicha de completa mujer que se desmayó. Por mi parte, puse en su boca el beso de más amor que haya dado en mi vida.
Me casé con Teresa. Rea Silvia tiene hoy dieciocho años y a veces recordamos ese episodio de su niñez.
-Francamente -me dice sonriendo- creía que iba a morir. ¡Qué tiempo tan lejano y cómo era aturdida! --Se calla, perdiendo la mirada a lo lejos-. Y sin embargo -concluye con un suspiro en que va el alma de todas las dichas perdidas en este mundo-, ¡cuánto hubiera dado entonces por tener ocho años más!
Es su misma hermosura, sus mismos ojos, su misma adorable boca, una sola vez mía.
La miro largamente: ella no. Se va. Al llegar a la puerta, vuelve lentamente la cabeza y me dice siempre en suave burla:
-Di: ¿no me harás morir de pena como antes?
¡Ah, si a pesar de esa burla estuviera seguro de que en Rea ha muerto todo!...
Hay en este mundo naturalezas tan francamente abiertas a la vida que la desgracia puede ser para ellas el pañal en que se envuelven al nacer. Permítaseme esta ligera filosofía en honor a la crítica infancia de una criatura que nació para los más tormentosos debates de la pasión humana, y cuya vida pudo ser desgraciada como puede serlo el agua de los más costosos jarrones.
Sus padres le dieron por nombre Rea Silvia y la conocí en su propia casa. Era una criatura voluntariosa, de ojos negros y aterciopelados. Su alma expuesta al desquicio le hizo adorar (era muy pequeña) los brocatos oscuros de los sillones, las cortinas de terciopelo en que se envolvía tiritando como en un grande abrazo.
Era alegre, no obstante. Su turbulencia pasaba la medida común de las hijas últimas a que todo se consiente. Las amigas queridas de su mamá (señorita de Almendros, señorita de Joyeuse, señora de Noblecorazón) soñaban -unas para el futuro, otra para esos días- un ángel igual al de la blanca madre. El canario, que era una diminuta locura, los mirlos más pendencieros de la casa vecina, vivían en gravedad, si preciso fuera compararlos con las carcajadas de Rea. ¿Cómo, pues, tan alegre, perdía las horas en la sala oscura, sombra y desgracia de las hijas que van a soñar en ellas? Problemas son estos que sólo una noble y grande alma puede descifrar.
Hay detalles que pintan un carácter: si esto es vulgar, Rea Silvia no lo era.
Hablaba de amor.
-Yo sé -decía una vez delante de un reflexivo grupo de criaturas-, yo sé muchas cosas. Yo he leído y además adivino. Para nosotras (se alisó gravemente la falda) el amor es toda la existencia. Una señora murió, murió de amor. Nadie la conocía sino mamá y papá. Murió.
Las criaturas -de la mano- se miraron. Una alzó la voz débilmente:
-¿Murió?...
Rea hizo un mohín de orgullo que la elevó quince codos por encima de su auditorio. Alzó la cabeza apretándose las manos:
-¡Qué dulce debe ser morir de amor!
Y repitió, pequeña poseuse, ante las cándidas aldeanitas: -¡Oh, sí, qué dulce!
¡Cuán voluble era su alma! Teresa, su hermana de dieciocho años, muchos sinsabores tuvo que apurar por ella. En conjunto, Rea Silvia era una criatura romántica, y yo, que cuento su historia, tengo de sobra motivos para no dudarlo.
Huía a la sala. Allí, echada en un sillón, con el rostro sombrío, mordía distraídamente un abanico para mejor soñar.
Se abrasaba en celos. Una de sus pequeñas amigas era Andrea (de la familia Castelli, con tanto respeto recordada en Bolonia). Un día, en una de esas crisis de pasión, luego de estrecharla locamente entre sus brazos, le cogió la cara entre las manos:
-¿Me quieres? Andrea sonrió. -Sí, déjame.
Rea temblaba.
-¿Me querrás siempre?
-¡Oh, no! ¡siempre no se puede decir, Rea! La fogosa criatura golpeó el suelo con los pies.
-¡Yo no sé si se puede decir! Quiero que me respondas: ¿me querrás siempre?
La había cogido de las manos. Andrea tuvo un poco de miedo, sonriendo tímidamente:
-¿Y tú me quieres a mí?
-¡Yo no sé! ¡no sé nada! Respóndeme: ¿me querrás siempre?
-Sí, siempre -y se echó a llorar con los puños en los ojos. Rea la estrechó radiante contra su pecho, consolándola ahora. Yo digo: ¡almas de niña, que en Rusia enloquecen a los escritores!
En esta época mis visitas a la casa fueron más frecuentes; todo mi corazón estaba lleno por la dicha que esperaba del amor soncillo y plácido de Teresa. ¡De qué modo había deseado fuera un día mi prometida! Ya lo era, y mi alegría se desbordaba en múltiples ridiculeces que entonces -¡feliz entusiasmo ya lejano!- no vi. Rea Silvia fue la pequeña devoradora de mis besos a que aún no podía dar mejor destino, y asimismo de los bombones que le prodigaba mi forzosa galantería; verdad es que la quería mucho, y en mis rodillas, cuando hablaba con Teresa, supo con qué temblor se acarician los cabellos de una criatura cuya hermana, sentada enfrente nuestro, nos mira jugando ligeramente con el pie.
Todos los días, cuando yo llegaba, corría a colgarse de mi cuello. Me apretaba largo rato contra su cara.
Una noche Teresa me dejó un momento. Rea había pasado esa larga hora acurrucada en el sofá, mirándome con sus ojos sombríos. Fui hacia ella y la besé. Bajó la vista.
-¡Ah! mi pequeña no me quiere más, ¿verdad?
Levantó apenas la cabeza, me miró fugazmente y se estremeció. Me incliné sobre ella:
- ¿No?... ¡Y yo que creía que me querías tanto!
Me incorporé para irme. En ese instante saltó del sofá y me echó los brazos desnudos, locamente.
-¡Sí, te quiero, te quiero mucho! -me besaba la cabeza, los ojos-, ¿por qué me haces sufrir? -Y repetía únicamente, sacudiendo la cabeza con los ojos cerrados, quejosamente-: ¡Sí, te quiero, te quiero!
Teresa entró con su suave paso. Al vernos, cariñosa hermana, se inclinó sobre Rea, y, como una madrecita, le ciñó la frente contra su cintura:
-¡Ya me parecía que el enojo de Rea no iba a durar! ¿Creerás? esta noche en la mesa cuando hablábamos de ti se puso de pronto tan enojada que lo advertimos todos. Al verme reír huyó llorando. Estaba furiosa conmigo. Y también contigo. Esta pequeña -concluyó besándola en las mejillas- me odia. En cambio... -murmuró alzando lentamente hacia mí sus ojos matinales...
Nos perdimos en seguida en susurros de amor.
Rea no jugaba más. Rea no hablaba más. Rea adelgazaba. ¿Quién recuerda a Rea en aquella época? Enfermó; la dulce amiga de mis confidencias. Se hundió en la cama, presa de una anemia tenaz, toda blanca, sólo los labios por prodigio encendidos, más rojos aún que los de Teresa, como si la pequeña apasionada llama de su vida se hubiera encendido prematuramente con mis besos que -¡por qué la besé tanto!- no pasaban a su hermana...
Veinte días su existencia fluctuó, como el alma de los tristes, entre el esfuerzo y la nada. Los médicos en consulta pronosticaron desgracia. Yo velé como nadie las noches letárgicas de su inanición, y los augurios de felicidad que habíamos hecho con Teresa eran ahora tristes oscilaciones de cabeza que cambiábamos al pie de su cama.
Una noche, de franca esperanza, hablaba con Teresa del nombre adecuado para un posible descendiente nuestro. Concluí:
-Si es hombre, que lleve, en fin, el mío. Si es mujer, Teresa. -No, no me gusta. Busca otro.
Mis ojos entonces se fijaron en la enferma que nos miraba desde el fondo de su almohada blanca. Le envié un beso y dije:
-Rea Silvia.
-Pues bien. Rea Silvia. La pequeña sollozó: -No, no mi nombre.
-¿Por qué? -le dije sosteniéndola en mis brazos-, ¿otra vez no me quieres?
-Sí, sí -murmuró apretando su mejilla a la mía. Y gemía estrechándome-: ¡No, mi nombre no!
Llegó el día del 24 de junio: todo estaba perdido. Rea Silvia comprendió que moría, y al lado de su madre y de su hermana revivió un momento para mí. Me hizo llamar: quería estar sola conmigo. Incorporóse débilmente y se sostuvo con la cabeza bajo mi cuello:
-Voy a morir, creo. Y yo quería haber vivido... Tiritaba bajo mis brazos.
-¡Cómo te quiero! ¡cómo te quiero! -murmuraba-. Si pudiera morir así...
Tembló un momento, escondiéndose casi: -Dime: ¿me hubieras querido tú a mí?
La vista caída, deslizaba el pulgar a lo largo de los dedos. Movió la cabeza tristemente:
-No... no... -Tuvo un largo escalofrío. Al fin suspiró difícilmente-: ¿Me quieres dar un beso, di?
-¡Sí, mi alma, cuantos quieras!
Se colgó entonces de mi cuello, echando la pálida cabeza hacia atrás: -Un beso como si fuera... -Y cerró los ojos.- Como si fuera... -Volvió a abrirlos lentamente. Apenas-: ...Teresa...
Hombre y todo, me puse pálido. No dije nada: me incliné temblando a mi vez y uní mi boca a la suya. Para ella fue tan grande esa dicha de completa mujer que se desmayó. Por mi parte, puse en su boca el beso de más amor que haya dado en mi vida.
Me casé con Teresa. Rea Silvia tiene hoy dieciocho años y a veces recordamos ese episodio de su niñez.
-Francamente -me dice sonriendo- creía que iba a morir. ¡Qué tiempo tan lejano y cómo era aturdida! --Se calla, perdiendo la mirada a lo lejos-. Y sin embargo -concluye con un suspiro en que va el alma de todas las dichas perdidas en este mundo-, ¡cuánto hubiera dado entonces por tener ocho años más!
Es su misma hermosura, sus mismos ojos, su misma adorable boca, una sola vez mía.
La miro largamente: ella no. Se va. Al llegar a la puerta, vuelve lentamente la cabeza y me dice siempre en suave burla:
-Di: ¿no me harás morir de pena como antes?
¡Ah, si a pesar de esa burla estuviera seguro de que en Rea ha muerto todo!...
5.5.06
juan l. ortiz
sueño encendido
Otoño, celeste puro, exaltado, entre nubes de humo,
que baja hasta una dulce palidez
entre una tenue gloria de vapores.
Otoño sobre las rosas, otoño del mediodía.
Las cosas encantadas en un sueño encendido.
Las chispas, sólo, de las hojas
aleteando.
Otoño, celeste puro, exaltado, entre nubes de humo,
que baja hasta una dulce palidez
entre una tenue gloria de vapores.
Otoño sobre las rosas, otoño del mediodía.
Las cosas encantadas en un sueño encendido.
Las chispas, sólo, de las hojas
aleteando.
4.5.06
sarah teasdale
No soy tuya
No soy tuya, no estoy perdida en vos,
no estoy perdida, aunque deseo estar
perdida como una vela encendida al mediodía,
perdida como un copo de nieve en el mar.
Tú me amas, y yo te hallo todavía
un espíritu hermoso y brillante,
pero yo soy yo, quien desea estar
perdida como una luz se pierde en la luz.
Oh, húndeme profundo en amor – quítame
mis sentidos, déjame sorda y ciega,
arrasada por la tempestad de tu amor,
un cirio en un viento borrascoso.
No soy tuya, no estoy perdida en vos,
no estoy perdida, aunque deseo estar
perdida como una vela encendida al mediodía,
perdida como un copo de nieve en el mar.
Tú me amas, y yo te hallo todavía
un espíritu hermoso y brillante,
pero yo soy yo, quien desea estar
perdida como una luz se pierde en la luz.
Oh, húndeme profundo en amor – quítame
mis sentidos, déjame sorda y ciega,
arrasada por la tempestad de tu amor,
un cirio en un viento borrascoso.
2.5.06
1.5.06
sartre
más náusea (fragmento)
Estoy solo en medio de estas voces alegres y razonables. Todos esos tipos se pasan el tiempo explicándose, reconociendo con felicidad que comparten las mismas opiniones. Qué importancia conceden, Dios mío, al hecho de pensar todos juntos las mismas cosas. Basta ver la cara que ponen cuando pasa entre ellos uno de esos hombres con ojos de pescado que parecen mirar hacia adentro, y con los cuales nunca pueden ponerse de acuerdo. Cuando yo tenía ocho años y jugaba en el Luxemburgo, había uno que iba a sentarse en una silla junto a la verja que costea la calle Auguste Comte. No hablaba, pero de vez en cuando extendía la pierna y se miraba el pie con aire espantado. En ese pie llevaba un botín, en el otro una pantufla. El guardián dijo a mi tía que era un antiguo celador. Lo habían jubilado porque fue a clase a leer las notas trimestrales con frac de académico. Le teníamos un miedo horrible porque sabíamos que estaba solo. Un día sonrió a Robert tendiéndole los brazos desde lejos; Robert estuvo a punto de desvanecerse. No era el aire miserable de aquel tipo lo que nos daba miedo, ni el tumor que tenía en el pescuezo y que el borde del cuello postizo rozaba; sentíamos que elaboraba en su cabeza pensamientos de cangrejo o langosta. Y nos aterrorizaba que pudieran concebirse pensamientos de langosta sobre la silla, sobre nuestros aros, sobre los arbustos.
¿Es eso lo que me espera? Por primera vez me hastía estar solo. Quisiera hablar a alguien de lo que me pasa, antes de que sea demasiado tarde, antes de inspirar miedo a los chiquillos. Quisiera que Anny estuviese aquí.
¿Es eso lo que me espera? Por primera vez me hastía estar solo. Quisiera hablar a alguien de lo que me pasa, antes de que sea demasiado tarde, antes de inspirar miedo a los chiquillos. Quisiera que Anny estuviese aquí.
29.4.06
18.4.06
nabokov
lolita (fragmento)
Noche. Nunca he experimentado tal agonía. Me gustaría describir su cara, sus manos... y no puedo, porque mi propio deseo me ciega cuando está cerca. No me habitúo a estar con nínfulas, maldito sea. Si cierro los ojos, no veo sino una fracción de Lo inmovilizada, una imagen cinematográfica, un encanto súbito, recóndito, como cuando se sienta levantando una rodilla bajo la falda de tarlatán para anudarse el lazo de un zapato, «Dolores Haze ne montrez paz voz zhambres (ésta es la madre, que cree saber francés). Poeta à mes heures, compuse un madrigal al negro humo de sus pestañas, al pálido gris de sus ojos vacíos, a las cinco pecas asimétricas de su nariz respingada, al vello rubio de sus piernas tostadas; pero lo rompí y ahora no puedo recordarlo. Sólo puedo describir los rasgos de Lo en los términos más triviales (diario resumido): puedo decir que tiene el pelo castaño, los labios rojos como un caramelo rojo lamido, el superior
ligeramente hinchado. (¡Oh, si fuera yo una escritora que pudiera hacerla posar bajo una luz desnuda! Pero soy el flaco Humbert Humbert, huesudo y de pelo en pecho, con espesas cejas negras, acento curioso y un oscuro pozo de monstruos que se pudren tras una sonrisa de muchacho). Tampoco es ella la niña frágil de una novela femenina. Lo que me enloquece es la naturaleza ambigua de esta nínfula –de cada nínfula, quizá–; esa mezcla que percibo en mi Lolita de tierna y soñadora puerilidad, con la especie de vulgaridad descarada que emana de las chatas caras bonitas en anuncios y revistas, el confuso rosado de las criadas adolescentes del viejo mundo (con su olor a sudor y margaritas estrujadas). Y todo ello mezclado, nuevamente, con la inmaculada, exquisita ternura que rezuma del almizcle y el barro, de la mugre y la muerte, oh Dios, oh Dios.
15.4.06
otro de gómez jattin
conjuro
Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre
despreciable y peligroso
Y no andan muy equivocados
Despreciable y Peligroso
Eso ha hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes
Tranquilos
que sólo a mí
suelo hacer daño
Los habitantes de mi aldea
dicen que soy un hombre
despreciable y peligroso
Y no andan muy equivocados
Despreciable y Peligroso
Eso ha hecho de mí la poesía y el amor
Señores habitantes
Tranquilos
que sólo a mí
suelo hacer daño
13.4.06
otro de kafka
la partida
Ordené que trajeran mi caballo del establo. El criado no me entendió, así que fui yo mismo. Ensillé el caballo y lo monté. A la distancia oí el sonido de una trompeta y pregunté al mozo su significado. Él no sabía nada; no había oído sonido alguno. En el portón me detuvo y preguntó:
–¿Hacia dónde cabalga, señor?
–No lo sé –respondí–, sólo quiero partir, sólo partir, nada más que partir de aquí. Sólo así lograré llegar a mi meta.
–¿Entonces conoce usted la meta? –preguntó él.
–Sí –contesté–. Ya te lo he dicho. Partir, ésa es mi meta.
–¿No lleva provisiones?–preguntó.
–No me son necesarias –respondí–, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.
–¿Hacia dónde cabalga, señor?
–No lo sé –respondí–, sólo quiero partir, sólo partir, nada más que partir de aquí. Sólo así lograré llegar a mi meta.
–¿Entonces conoce usted la meta? –preguntó él.
–Sí –contesté–. Ya te lo he dicho. Partir, ésa es mi meta.
–¿No lleva provisiones?–preguntó.
–No me son necesarias –respondí–, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.
10.4.06
otro de pizarnik
para Janis Joplin
a cantar dulce y a morirse luego
no:
a ladrar.
así como duerme la gitana de Rousseau
así cantás, más las lecciones de terror.
hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
me pregunto si eso no aumentó el error.
hiciste bien en morir.
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña mostruo
a cantar dulce y a morirse luego
no:
a ladrar.
así como duerme la gitana de Rousseau
así cantás, más las lecciones de terror.
hay que llorar hasta romperse
para crear o decir una pequeña canción,
gritar tanto para cubrir los agujeros de la ausencia
eso hiciste vos, eso yo.
me pregunto si eso no aumentó el error.
hiciste bien en morir.
por eso te hablo,
por eso me confío a una niña mostruo
31.3.06
otro de pound
to kalon (1)
Aún en sueños te me has negado
y me has enviado
a tus criadas.
(1) según me contó mi ex -que sabía griego-, esta frase vendría a significar algo así como "lo bello" o "la belleza".
Aún en sueños te me has negado
y me has enviado
a tus criadas.
(1) según me contó mi ex -que sabía griego-, esta frase vendría a significar algo así como "lo bello" o "la belleza".
19.3.06
gómez jattin
De lo que soy
En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
Voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
Voces quebradas: pasaron ya tus días
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única.
En este cuerpo
en el cual la vida ya anochece
vivo yo
Vientre blando y cabeza calva
Pocos dientes
y yo adentro
como un condenado
Estoy adentro y estoy enamorado
y estoy viejo
Descifro mi dolor con la poesía
y el resultado es especialmente doloroso
Voces que anuncian: ahí vienen tus angustias
Voces quebradas: pasaron ya tus días
La poesía es la única compañera
acostúmbrate a sus cuchillos
que es la única.
16.3.06
otro de casas
hace algún tiempo
Hace algún tiempo
fuimos todas las películas de amor mundiales
todos los árboles del infierno.
Viajábamos en trenes que unían nuestros cuerpos
a la velocidad del deseo.
Como siempre, la lluvia caía en todas partes.
Hoy nos encontramos en la calle.
Ella estaba con su marido y su hijo;
éramos el gran anacronismo del amor,
la parte pendiente de un montaje absurdo.
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.
Hace algún tiempo
fuimos todas las películas de amor mundiales
todos los árboles del infierno.
Viajábamos en trenes que unían nuestros cuerpos
a la velocidad del deseo.
Como siempre, la lluvia caía en todas partes.
Hoy nos encontramos en la calle.
Ella estaba con su marido y su hijo;
éramos el gran anacronismo del amor,
la parte pendiente de un montaje absurdo.
Parece una ley: todo lo que se pudre forma una familia.
5.3.06
morrissey
Este mundo está lleno de terribles idiotas
Debés estar preguntándote cómo fue que
apareció el chico de al lado.
Tené cuidado, pero no te quedes mirando,
porque todavía está ahí
lamentándose:
“Mujeres policías, policías, mujeres idiotas,
recaudadores –putas uniformadas
los que quieren lastimarte
trabajan dentro de la ley.
Este mundo está lleno, tan lleno de terribles idiotas,
y debo ser uno
porque nunca nadie gira hacia mí para decirme
"Tomame en tus brazos
tomame en tus brazos y quereme."
Debés estar preguntándote cómo fue que
apareció el chico de al lado.
Tené cuidado, y rezá una oración
porque todavía está ahí
lamentándose:
“Mujeres policías, policías, mujeres idiotas,
recaudadores –putas uniformadas
los que quieren lastimarte
trabajan dentro de la ley.
Este mundo está lleno, tan lleno de terribles idiotas,
y debo ser uno
porque nunca nadie gira hacia mí para decirme
"Tomame en tus brazos
tomame en tus brazos y quereme."
¿Qué hay realmente
más allá de las restricciones de mi mente?
¿Podría ser el mar?
¿Con el Destino a mis espaldas?
No, son sólo más pop Stars idiotas,
más idiotas que la mierda,
nada para transmitir.
Tan aterradas de mostrar inteligencia.
Eso podría embarrar sus hermosas carreras.
Este mundo –me temo-
está diseñado para terribles idiotas.
No soy uno, no soy uno,
vos no entendés.
Vos no entendés, y a pesar de todo vos podés
tomarme en tus brazos y quererme.
Quereme.
Debés estar preguntándote cómo fue que
apareció el chico de al lado.
Tené cuidado, pero no te quedes mirando,
porque todavía está ahí
lamentándose:
“Mujeres policías, policías, mujeres idiotas,
recaudadores –putas uniformadas
los que quieren lastimarte
trabajan dentro de la ley.
Este mundo está lleno, tan lleno de terribles idiotas,
y debo ser uno
porque nunca nadie gira hacia mí para decirme
"Tomame en tus brazos
tomame en tus brazos y quereme."
Debés estar preguntándote cómo fue que
apareció el chico de al lado.
Tené cuidado, y rezá una oración
porque todavía está ahí
lamentándose:
“Mujeres policías, policías, mujeres idiotas,
recaudadores –putas uniformadas
los que quieren lastimarte
trabajan dentro de la ley.
Este mundo está lleno, tan lleno de terribles idiotas,
y debo ser uno
porque nunca nadie gira hacia mí para decirme
"Tomame en tus brazos
tomame en tus brazos y quereme."
¿Qué hay realmente
más allá de las restricciones de mi mente?
¿Podría ser el mar?
¿Con el Destino a mis espaldas?
No, son sólo más pop Stars idiotas,
más idiotas que la mierda,
nada para transmitir.
Tan aterradas de mostrar inteligencia.
Eso podría embarrar sus hermosas carreras.
Este mundo –me temo-
está diseñado para terribles idiotas.
No soy uno, no soy uno,
vos no entendés.
Vos no entendés, y a pesar de todo vos podés
tomarme en tus brazos y quererme.
Quereme.
27.2.06
borges
j.m.
En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.
En cierta calle hay cierta firme puerta
con su timbre y su número preciso
y un sabor a perdido paraíso,
que en los atardeceres no está abierta
a mi paso. Cumplida la jornada,
una esperada voz me esperaría
en la disgregación de cada día
y en la paz de la noche enamorada.
Esas cosas no son. Otra es mi suerte:
Las vagas horas, la memoria impura,
el abuso de la literatura
y en el confín la no gustada muerte.
Sólo esa piedra quiero. Sólo pido
las dos abstractas fechas y el olvido.
26.2.06
catulo
VIII
Desgraciado Catulo, deja de hacer incoveniencias y lo que ves que ha muerto, dalo por perdido.
Brillaron para ti en otro tiempo días luminosos, cuando a menudo acudías a donde te llevaba una jovencita amada por nosotros cuanto jamás ninguna otra será amada. Allí tenían lugar entonces aquellos innumerables goces que tú deseabas y ella no rechazaba. Cierto es que brillaron para ti días luminosos. Mas ahora ella ya no quiere; también tú, aunque te cueste trabajo, deja de querer. No corras tras la que te huye ni vivas desgraciado; antes bien: adopta una inflexible resolución. Mantente firme y duro. Adiós, mujer; desde este momento Catulo se ha endurecido; no volverá a buscarte ni te suplicará para que le rechaces. Pero tú llorarás cuando no te ruegue más. ¡Desgraciada! ¡Ay de ti! ¡Qué vida es la que te espera! ¿Quién se te aproximará ahora? ¿A qué hombre parecerás hermosa? ¿A quién amarás ahora? ¿De quién se dirá que eres? Pero tú, Catulo, tal como te lo has propuesto, mantente firme.
Desgraciado Catulo, deja de hacer incoveniencias y lo que ves que ha muerto, dalo por perdido.
Brillaron para ti en otro tiempo días luminosos, cuando a menudo acudías a donde te llevaba una jovencita amada por nosotros cuanto jamás ninguna otra será amada. Allí tenían lugar entonces aquellos innumerables goces que tú deseabas y ella no rechazaba. Cierto es que brillaron para ti días luminosos. Mas ahora ella ya no quiere; también tú, aunque te cueste trabajo, deja de querer. No corras tras la que te huye ni vivas desgraciado; antes bien: adopta una inflexible resolución. Mantente firme y duro. Adiós, mujer; desde este momento Catulo se ha endurecido; no volverá a buscarte ni te suplicará para que le rechaces. Pero tú llorarás cuando no te ruegue más. ¡Desgraciada! ¡Ay de ti! ¡Qué vida es la que te espera! ¿Quién se te aproximará ahora? ¿A qué hombre parecerás hermosa? ¿A quién amarás ahora? ¿De quién se dirá que eres? Pero tú, Catulo, tal como te lo has propuesto, mantente firme.
24.2.06
gonzález tuñón
lluvia
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
Entonces comprendimos que la lluvia también era hermosa.
Unas veces cae mansamente y uno piensa en los cementerios abandonados. Otras veces cae con furia, y uno piensa en los maremotos que se han tragado tantas espléndidas islas de extraños nombres.
De cualquier manera la lluvia es saludable y triste.
De cualquier manera sus tambores acunan nuestras noches y la lectura tranquila corre a su lado por los canales del sueño.
Tú venías hacia mí y los otros seres pasaban:
No habían despertado todavía al amor.
No sabían nada de nosotros.
De nuestro secreto.
Ignoraban la intimidad de nuestros abrazos voluptuosos, la ternura de nuestra fatiga.
Acaso los rostros amigos, las fotografías, los paisajes que hemos visto juntos, tantos gestos que hemos entrevisto o sospechado, los ademanes y las palabras de ellos, todo, todo ha desaparecido y estamos solos bajo la lluvia, solos en nuestro compartido, en nuestro apretado destino, en nuestra posible muerte única, en nuestra posible resurrección.
Te quiero con toda la ternura de la lluvia.
Te quiero con toda la furia de la lluvia.
Te quiero con todos los violines de la lluvia.
Aún tenemos fuerzas para subir la callejuela empinada. Recién estamos descubriendo los puentes y las casas, las ventanas y las luces, los barcos y los horizontes.
Tú estás arriba, suntuosa y bíblica, pero tan humana, increíble, pero, tan real, numerosa, pero tan mía.
Yo te veo hasta en la sombra imprecisa del sueño.
Oh, visitante.
Ya es seguro que ningún desvío nos separará.
Iguales luces señaleras nos atraen hacia la compartida vida, hacia el destino único.
Ambos nos ayudaremos para subir la callejuela empinada.
Ni en nuestra carne ni en nuestro espíritu nunca pasaremos la línea del otoño.
Porque la intensidad de nuestro amor es tan grande, tan poderosa, que no nos daremos cuenta cuando todo haya muerto, cuando tú y yo seamos sombras, y todavía estemos pegados, juntos, subiendo siempre la callejuela sin fin de una pasión irremediable.
Oh, visitante.
Estoy lleno de tu vida y de tu muerte.
Estoy tocado de tu destino.
Al extremo de que nada te pertenece sino yo.
Al extremo de que nada me pertenece sino tú.
Sin embargo yo quería hablar de la lluvia, igual, pero distinta, ya al caer sobre los jardines, ya al deslizarse por los muros, ya al reflejar sobre el asfalto las súbitas, las fugitivas luces rojas de los automóviles, ya al inundar los barrios de nuestra solidaridad y de nuestra esperanza, los humildes barrios de los trabajadores.
La lluvia es bella y triste y acaso nuestro amor sea bello y triste y acaso esa tristeza sea una manera sutil de la alegría. Oh, íntima, recóndita alegría.
Estoy tocado de tu destino.
Oh, lluvia. Oh, generosa.
23.2.06
vilariño
escribo pienso leo
Escribo
pienso
leo
traduzco veinte páginas
escucho las noticias
escribo
escribo
leo.
Dónde estás
dónde estás.
Escribo
pienso
leo
traduzco veinte páginas
escucho las noticias
escribo
escribo
leo.
Dónde estás
dónde estás.
22.2.06
Promesas rotas
Fue ayer a la noche -
que el perro estaba hablando de ti;
la becacina estaba hablando de ti en su pantano profundo -
Eres tú el pájaro solitario
a lo largo del bosque; y probablemente estés sin un compañero -
hasta que me encuentres.
Tú me prometiste,
y me mentiste-
que estarías delante de mí
donde se reúnen las ovejas;
di un silbido y trescientos gritos,
y no encontré allí nada
más que un cordero balando.
Me prometiste
algo que era difícil para ti -
un barco de oro debajo de un mástil de plata;
doce ciudades
y un mercado en cada una de ellas;
y una fina corte blanca a la orilla del mar.
Me prometiste
algo que no es posible -
que me darías guantes de piel de pescado;
que me darías zapatos de piel de aves;
y un vestido de la más costosa seda de Irlanda.
Mi madre me dijo que no hable contigo ni hoy,
ni mañana,
ni el domingo;
fue un mal momento el que eligió para decirme aquello -
fue como cerrar la puerta
después de que la casa fuera robada.
Te has llevado el este de mí;
te has llevado el oeste de mí;
te has llevado lo que está delante de mí y lo que está detrás de mí;
te has llevado la luna, te has
llevado el sol de mí;
y mi miedo es grande.
Tú – ¡te has llevado a Dios de mí!
Anónimo. Balada irlandesa del siglo VIII. Traducida al inglés por Lady Augusta Gregory. Destrozada al castellano por Un Servidor.
Fue ayer a la noche -
que el perro estaba hablando de ti;
la becacina estaba hablando de ti en su pantano profundo -
Eres tú el pájaro solitario
a lo largo del bosque; y probablemente estés sin un compañero -
hasta que me encuentres.
Tú me prometiste,
y me mentiste-
que estarías delante de mí
donde se reúnen las ovejas;
di un silbido y trescientos gritos,
y no encontré allí nada
más que un cordero balando.
Me prometiste
algo que era difícil para ti -
un barco de oro debajo de un mástil de plata;
doce ciudades
y un mercado en cada una de ellas;
y una fina corte blanca a la orilla del mar.
Me prometiste
algo que no es posible -
que me darías guantes de piel de pescado;
que me darías zapatos de piel de aves;
y un vestido de la más costosa seda de Irlanda.
Mi madre me dijo que no hable contigo ni hoy,
ni mañana,
ni el domingo;
fue un mal momento el que eligió para decirme aquello -
fue como cerrar la puerta
después de que la casa fuera robada.
Te has llevado el este de mí;
te has llevado el oeste de mí;
te has llevado lo que está delante de mí y lo que está detrás de mí;
te has llevado la luna, te has
llevado el sol de mí;
y mi miedo es grande.
Tú – ¡te has llevado a Dios de mí!
Anónimo. Balada irlandesa del siglo VIII. Traducida al inglés por Lady Augusta Gregory. Destrozada al castellano por Un Servidor.
16.2.06
norah lange
Cuadernos de infancia (extracto)
A veces Susana y yo nos preguntábamos:
- ¿Qué será lo más triste? ¿Algo que no tenga nada que ver con la familia, ni con alguien que se vaya o que se muera? ¿Que sea lo más triste para todos, sin tener ninguna relación con personas?
Susana se quedaba pensativa y luego hacía desfilar un ejército de animales muertos, inundaciones, un rayo adherido a un árbol. Pensábamos en muchas cosas. Las mías eran más simples. Yo me imaginaba los pichones en el suelo, las vacas muertas y olvidadas en el camino, un águila llevándose un cordero, una serpiente enroscada a un caballo, apretando el abrazo hasta asfixiarlo.
Siempre relacionaba la tristeza con los caballos. Me parecían tan decentes, tan resignados, tan silenciosos. Cuando quería imaginar un dolor grande en algún animal, no pensaba en los perros in en los gatos, en las vacas ni en los conejos. Siempre veía un caballo.
Una noche en que habíamos hablado mucho, me fui a acostar pensando en el tordillo de mi padre que se agachaba hasta el suelo para que él montara sin ningún esfuerzo. Alguien había comentado un libro cuya protagonista se hunde en un pantano, sin que nadie consiga salvarla, y donde lo último que se ve es la mano agitándose, como una hoja, sobre el barro. Pensé en seguida en un caballo, en un caballo blanco que fueses sumergiéndose, poco a poco, en esa región movible y pegajosa, hasta que sólo quedara afuera la cabeza, la boca desesperada, la nariz y los ojos desmesurados y tristes porque se van llenando de tierra insistente, elástica y mojada.
Cuando Susana volvió a preguntarme “¿qué será lo más triste?”, le dije mirándola como si le comunicara una noticia muy penosa:
-Un caballo blanco, hundiéndose en un pantano.
A veces Susana y yo nos preguntábamos:
- ¿Qué será lo más triste? ¿Algo que no tenga nada que ver con la familia, ni con alguien que se vaya o que se muera? ¿Que sea lo más triste para todos, sin tener ninguna relación con personas?
Susana se quedaba pensativa y luego hacía desfilar un ejército de animales muertos, inundaciones, un rayo adherido a un árbol. Pensábamos en muchas cosas. Las mías eran más simples. Yo me imaginaba los pichones en el suelo, las vacas muertas y olvidadas en el camino, un águila llevándose un cordero, una serpiente enroscada a un caballo, apretando el abrazo hasta asfixiarlo.
Siempre relacionaba la tristeza con los caballos. Me parecían tan decentes, tan resignados, tan silenciosos. Cuando quería imaginar un dolor grande en algún animal, no pensaba en los perros in en los gatos, en las vacas ni en los conejos. Siempre veía un caballo.
Una noche en que habíamos hablado mucho, me fui a acostar pensando en el tordillo de mi padre que se agachaba hasta el suelo para que él montara sin ningún esfuerzo. Alguien había comentado un libro cuya protagonista se hunde en un pantano, sin que nadie consiga salvarla, y donde lo último que se ve es la mano agitándose, como una hoja, sobre el barro. Pensé en seguida en un caballo, en un caballo blanco que fueses sumergiéndose, poco a poco, en esa región movible y pegajosa, hasta que sólo quedara afuera la cabeza, la boca desesperada, la nariz y los ojos desmesurados y tristes porque se van llenando de tierra insistente, elástica y mojada.
Cuando Susana volvió a preguntarme “¿qué será lo más triste?”, le dije mirándola como si le comunicara una noticia muy penosa:
-Un caballo blanco, hundiéndose en un pantano.
14.2.06
11.2.06
belle & sebastian
un siglo de elvis
Estábamos sentados en el living sobre el sofá, de espaldas, mirando por la ventana. Todo estaba tranquilo, y entonces en el estacionamiento de enfrente vimos a Elvis –mirá, ahí al lado de la camioneta del cartero- y estaba caminando alrededor de la camioneta del cartero, mirando por la puerta abierta. Miraba como si estuviese pensando en entrar, pero entonces el cartero volvió, y él se fue, caminó delante de la ventana hasta las escaleras, y entonces al pie de las escaleras justo al lado de la oficina del guardián, empezó a lamer la vereda.
Cada noche desde que nos mudamos a la casa nueva tenemos este ruido afuera de la puerta a eso de las siete y media o a las ocho en punto todas las noches. Y si vamos y miramos afuera de la puerta, Elvis va a estar ahí parado esperando que lo dejen entrar. Y entonces da vueltas por el living, por ahí se sienta en una de esas sillas o hasta se tira en el piso. No dice mucho, solamente se queda ahí una hora o dos, mirando la tele. Le hablamos un poco, y entonces a eso de las diez, él se va a ir otra vez, y no va a volver hasta la noche siguiente. Hay un montón de callejones y esas cosas por acá, alrededor de la casa –aunque está justo en el medio de la ciudad se parece mucho al campo, está terriblemente escondida- seguros supongo, hechos para la vida nocturna. Hay un montón de ardillas y pájaros, y Stuart dice que vio unos nueve zorros por ahí cuando saltó el alambrado camino a Prior´s Road.
A veces podés salir a caminar, y cuando ya estuviste afuera un ratito, ni siquiera sabés dónde estás, entonces sería demasiado difícil para cualquier otro encontrarte. Supongo que es por eso que pasa tanto tiempo ahí, por eso se vino a vivir acá, o por ahí son sólo las ardillas. Leí en algún lugar que le gustan un montón las ardillas. Están estos dos videos que nos regalaron para el casamiento – los archivos E, archivos E uno y archivos E dos – acerca de cómo se supone que Elvis todavía está vivo. Y una vez cuando él vino por acá estábamos viendo uno de ésos, pero no dijo nada, sólo se sentó en el sillón. Estaba jugando un poco con su collar, y nosotros lo vimos todo y entonces cuando terminó, solamente se levantó y se fue caminando entre la niebla sin decir nada.
Las primeras veces que vino por acá no le hablaba mucho, no estaba realmente seguro de qué decirle. Y Karen le hablaba un montón –ella parecía saber qué hacer más que yo-. Tenía unos modales bastante extraños, igualmente. Hurgaba en tus cosas y las revisaba, entonces por ahí agarraba algo y jugaba con eso un ratito, pero nunca hacía ningún comentario de nada de eso. Me parecía demasiado rudo. Solamente observaba todo lo que hacía Karen, y escuchaba cómo le hablaba y entonces, después de un tiempo empecé a copiar eso, y a decirle unas cositas, realmente no me molestaba si me respondía o si decía algo o no. Creo que la primera vez que le hablé estábamos sentados en el entrepiso y le dije que le contaría de mí y de Karen, y cómo fue que habíamos ido a vivir ahí. Pensé que probablemente le gustaba el hecho de que estábamos viviendo ahí porque venía mucho, entonces pensé que quizás querría saber cómo fue que pasó. Lo hicimos todo contra la corriente, le dije. Primero tuvimos que conocernos, y entonces un tiempo después que nos conocimos, y cuando nos habíamos conocido durante unos siete años decidimos celebrar un aniversario, y eso estuvo muy bueno, entonces después del aniversario tuvimos una luna de miel, y eso estuvo muy bueno, también, entonces después decidimos que nos casaríamos. Por eso estamos viviendo acá ahora. Solía pensar que mi papá era Elvis, pero todavía no se lo dije. Tampoco se lo dije a mi papá…
Cada noche desde que nos mudamos a la casa nueva tenemos este ruido afuera de la puerta a eso de las siete y media o a las ocho en punto todas las noches. Y si vamos y miramos afuera de la puerta, Elvis va a estar ahí parado esperando que lo dejen entrar. Y entonces da vueltas por el living, por ahí se sienta en una de esas sillas o hasta se tira en el piso. No dice mucho, solamente se queda ahí una hora o dos, mirando la tele. Le hablamos un poco, y entonces a eso de las diez, él se va a ir otra vez, y no va a volver hasta la noche siguiente. Hay un montón de callejones y esas cosas por acá, alrededor de la casa –aunque está justo en el medio de la ciudad se parece mucho al campo, está terriblemente escondida- seguros supongo, hechos para la vida nocturna. Hay un montón de ardillas y pájaros, y Stuart dice que vio unos nueve zorros por ahí cuando saltó el alambrado camino a Prior´s Road.
A veces podés salir a caminar, y cuando ya estuviste afuera un ratito, ni siquiera sabés dónde estás, entonces sería demasiado difícil para cualquier otro encontrarte. Supongo que es por eso que pasa tanto tiempo ahí, por eso se vino a vivir acá, o por ahí son sólo las ardillas. Leí en algún lugar que le gustan un montón las ardillas. Están estos dos videos que nos regalaron para el casamiento – los archivos E, archivos E uno y archivos E dos – acerca de cómo se supone que Elvis todavía está vivo. Y una vez cuando él vino por acá estábamos viendo uno de ésos, pero no dijo nada, sólo se sentó en el sillón. Estaba jugando un poco con su collar, y nosotros lo vimos todo y entonces cuando terminó, solamente se levantó y se fue caminando entre la niebla sin decir nada.
Las primeras veces que vino por acá no le hablaba mucho, no estaba realmente seguro de qué decirle. Y Karen le hablaba un montón –ella parecía saber qué hacer más que yo-. Tenía unos modales bastante extraños, igualmente. Hurgaba en tus cosas y las revisaba, entonces por ahí agarraba algo y jugaba con eso un ratito, pero nunca hacía ningún comentario de nada de eso. Me parecía demasiado rudo. Solamente observaba todo lo que hacía Karen, y escuchaba cómo le hablaba y entonces, después de un tiempo empecé a copiar eso, y a decirle unas cositas, realmente no me molestaba si me respondía o si decía algo o no. Creo que la primera vez que le hablé estábamos sentados en el entrepiso y le dije que le contaría de mí y de Karen, y cómo fue que habíamos ido a vivir ahí. Pensé que probablemente le gustaba el hecho de que estábamos viviendo ahí porque venía mucho, entonces pensé que quizás querría saber cómo fue que pasó. Lo hicimos todo contra la corriente, le dije. Primero tuvimos que conocernos, y entonces un tiempo después que nos conocimos, y cuando nos habíamos conocido durante unos siete años decidimos celebrar un aniversario, y eso estuvo muy bueno, entonces después del aniversario tuvimos una luna de miel, y eso estuvo muy bueno, también, entonces después decidimos que nos casaríamos. Por eso estamos viviendo acá ahora. Solía pensar que mi papá era Elvis, pero todavía no se lo dije. Tampoco se lo dije a mi papá…
9.2.06
porchia
A veces estoy como en un infierno y no me lamento.
No encuentro de qué lamentarme.
Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.
Cuando no me hago daño, temo hacer daño.
Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.
El árbol está solo, la nube está sola. Todo está solo
cuando yo estoy solo.
Cuando me parece que todo está sin mí, ¡qué
extraordinario me parece todo!
Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez.
No encuentro de qué lamentarme.
Quien no llena su mundo de fantasmas, se queda solo.
Cuando no me hago daño, temo hacer daño.
Cuando me hiciste otro, te dejé conmigo.
El árbol está solo, la nube está sola. Todo está solo
cuando yo estoy solo.
Cuando me parece que todo está sin mí, ¡qué
extraordinario me parece todo!
Cuando yo muera, no me veré morir, por primera vez.
5.2.06
dellepiane rawson
Qué pasa aquí
Dios no ha muerto
está de viaje
en vacaciones
Mejor será olvidarlo por un rato
Dejar atrás también tantos espejos
Mirar un poco la ciudad
la gente
Saber qué pasa aquí
qué dice el diario
Me camino incansable de arriba para abajo
Mis guerras son más inofensivas
Todavía hay sol y algunas plazas
Algunas veces me muero
otras me matan
Trabajo vendo libros
Tengo miedo
Estoy enamorada y no estoy triste
Me siento en la ventana con mi gata
le explico el mundo y no me cree
me mira fijo y me doy cuenta
No le hablo más
se duerme sobre el diario
Dios no ha muerto
está de viaje
en vacaciones
Mejor será olvidarlo por un rato
Dejar atrás también tantos espejos
Mirar un poco la ciudad
la gente
Saber qué pasa aquí
qué dice el diario
Me camino incansable de arriba para abajo
Mis guerras son más inofensivas
Todavía hay sol y algunas plazas
Algunas veces me muero
otras me matan
Trabajo vendo libros
Tengo miedo
Estoy enamorada y no estoy triste
Me siento en la ventana con mi gata
le explico el mundo y no me cree
me mira fijo y me doy cuenta
No le hablo más
se duerme sobre el diario
2.2.06
29.1.06
silvina ocampo
La raza inextinguible
En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:
Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro poco por darnos el gusto, implantaron esta manera de vivir económica y agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a los naipes, tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando (pues son apasionados), nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a cosechar, a vender. Usamos instrumentos de trabajo proporcionados a nuestro tamaño. Con sorprendente facilidad cumplimos las obligaciones cotidianas. Debo confesar que al principio algunos animales, sobre todo los amaestrados, no nos respetaban, porque sabían que éramos niños. Pero paulatinamente con algunos engaños, nos respetaron. Los trabajos que hacemos no son difíciles: son fatigosos. A menudo sudamos como caballos lanzados en una carrera. A veces nos arrojamos al suelo y no queremos seguir jugando (comemos pasto o terroncitos de tierra o nos contentamos con lamer las baldosas), pero ese capricho dura un instante "lo que dura una tormenta de verano", como dice mi prima. Es claro que no todo es ventaja para nuestros padres. Ellos también tienen algunos inconvenientes; por ejemplo: deben entrar en sus casas agachándose, casi en cuclillas, porque las puertas y las habitaciones son diminutas. La palabra diminuta está siempre en sus labios. La cantidad de alimentos que consiguen, según las quejas de mis tías, que son glotonas, es reducidísima. Las jarras y los vasos en que toman agua no los satisfacen y tal vez esto explica que haya habido últimamente tantos robos de baldes y de otras quincallas. La ropa les queda ajustada, pues nuestras máquinas no sirven, ni servirán para hacerlas en medidas tan grandes. La mayoría, que no disponen de varias camas, duermen encogidos. De noche tiritan de frío si no se cubren con una enormidad de colchas que, de acuerdo con las palabras de mi pobre padre, parecen más bien pañuelos. Actualmente mucha gente protesta por las tortas de boda que nadie prueba por cortesía; por las pelucas que no tapan las calvicies más moderadas; por las jaulas donde entran sólo los picaflores embalsamados. Sospecho que para demostrar su malevolencia esa misma gente no concurre casi nunca a nuestras ceremonias ni a nuestras representaciones teatrales o cinematográficas. Debo decir que no caben en las butacas y que la idea de sentarse en el suelo, en un lugar público, los horroriza. Sin embargo, algunas personas de estatura mediocre, inescrupulosas (cada día hay más), ocupan nuestros lugares, sin que lo advirtamos. Somos confiados pero no distraídos. Hemos tardado mucho en descubrir a los impostores. Las personas grandes, cuando son pequeñas, muy pequeñas, se parecen a nosotros; a nosotros, se entiende, cuando estamos cansados: tienen líneas en la cara, hinchazones bajo los ojos, hablan de un modo vago, mezclando varios idiomas. Un día me confundieron con una de esas criaturas: no quiero recordarlo. Ahora descubrimos con más facilidad a los impostores. Nos hemos puesto en guardia, para echarlos de nuestro círculo. Somos felices. Creo que somos felices.
Nos abruman, es cierto, algunas inquietudes: corre el rumor de que por culpa nuestra la gente no alcanza cuando es adulta, las proporciones normales, vale decir, las proporciones desorbitadas que la caracteriza. Hay quien tiene la estatura de un niño de diez años, otros, más afortunados, la de un niño de siete años. Pretenden ser niños y no saben que cualquiera no lo es por una mera deficiencia de centímetros. Nosotros, en cambio, según las estadísticas, disminuimos de estatura sin debilitarnos, sin dejar de ser lo que somos, sin pretender engañar a nadie.
Esto nos halaga, pero también nos inquieta. Mi hermano ya me dijo que sus herramientas de carpintería le pesan. Una amiga me dijo que su aguja de bordar le parece grande como una espada. Yo mismo encuentro cierta dificultad en manejar el hacha.
No nos preocupa tanto el peligro de que nuestros padres ocupen el lugar que nos han concedido, cosa que nunca les permitiremos, pues antes de entregárselas, romperemos nuestras máquinas, destruiremos las usinas eléctricas y las instalaciones de agua corriente; nos preocupa la posteridad, el porvenir de la raza.
Es verdad que algunos, entre nosotros, afirman que al reducirnos, a lo largo del tiempo, nuestra visión del mundo será más íntima y más humana.
En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:
Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro poco por darnos el gusto, implantaron esta manera de vivir económica y agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a los naipes, tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando (pues son apasionados), nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a cosechar, a vender. Usamos instrumentos de trabajo proporcionados a nuestro tamaño. Con sorprendente facilidad cumplimos las obligaciones cotidianas. Debo confesar que al principio algunos animales, sobre todo los amaestrados, no nos respetaban, porque sabían que éramos niños. Pero paulatinamente con algunos engaños, nos respetaron. Los trabajos que hacemos no son difíciles: son fatigosos. A menudo sudamos como caballos lanzados en una carrera. A veces nos arrojamos al suelo y no queremos seguir jugando (comemos pasto o terroncitos de tierra o nos contentamos con lamer las baldosas), pero ese capricho dura un instante "lo que dura una tormenta de verano", como dice mi prima. Es claro que no todo es ventaja para nuestros padres. Ellos también tienen algunos inconvenientes; por ejemplo: deben entrar en sus casas agachándose, casi en cuclillas, porque las puertas y las habitaciones son diminutas. La palabra diminuta está siempre en sus labios. La cantidad de alimentos que consiguen, según las quejas de mis tías, que son glotonas, es reducidísima. Las jarras y los vasos en que toman agua no los satisfacen y tal vez esto explica que haya habido últimamente tantos robos de baldes y de otras quincallas. La ropa les queda ajustada, pues nuestras máquinas no sirven, ni servirán para hacerlas en medidas tan grandes. La mayoría, que no disponen de varias camas, duermen encogidos. De noche tiritan de frío si no se cubren con una enormidad de colchas que, de acuerdo con las palabras de mi pobre padre, parecen más bien pañuelos. Actualmente mucha gente protesta por las tortas de boda que nadie prueba por cortesía; por las pelucas que no tapan las calvicies más moderadas; por las jaulas donde entran sólo los picaflores embalsamados. Sospecho que para demostrar su malevolencia esa misma gente no concurre casi nunca a nuestras ceremonias ni a nuestras representaciones teatrales o cinematográficas. Debo decir que no caben en las butacas y que la idea de sentarse en el suelo, en un lugar público, los horroriza. Sin embargo, algunas personas de estatura mediocre, inescrupulosas (cada día hay más), ocupan nuestros lugares, sin que lo advirtamos. Somos confiados pero no distraídos. Hemos tardado mucho en descubrir a los impostores. Las personas grandes, cuando son pequeñas, muy pequeñas, se parecen a nosotros; a nosotros, se entiende, cuando estamos cansados: tienen líneas en la cara, hinchazones bajo los ojos, hablan de un modo vago, mezclando varios idiomas. Un día me confundieron con una de esas criaturas: no quiero recordarlo. Ahora descubrimos con más facilidad a los impostores. Nos hemos puesto en guardia, para echarlos de nuestro círculo. Somos felices. Creo que somos felices.
Nos abruman, es cierto, algunas inquietudes: corre el rumor de que por culpa nuestra la gente no alcanza cuando es adulta, las proporciones normales, vale decir, las proporciones desorbitadas que la caracteriza. Hay quien tiene la estatura de un niño de diez años, otros, más afortunados, la de un niño de siete años. Pretenden ser niños y no saben que cualquiera no lo es por una mera deficiencia de centímetros. Nosotros, en cambio, según las estadísticas, disminuimos de estatura sin debilitarnos, sin dejar de ser lo que somos, sin pretender engañar a nadie.
Esto nos halaga, pero también nos inquieta. Mi hermano ya me dijo que sus herramientas de carpintería le pesan. Una amiga me dijo que su aguja de bordar le parece grande como una espada. Yo mismo encuentro cierta dificultad en manejar el hacha.
No nos preocupa tanto el peligro de que nuestros padres ocupen el lugar que nos han concedido, cosa que nunca les permitiremos, pues antes de entregárselas, romperemos nuestras máquinas, destruiremos las usinas eléctricas y las instalaciones de agua corriente; nos preocupa la posteridad, el porvenir de la raza.
Es verdad que algunos, entre nosotros, afirman que al reducirnos, a lo largo del tiempo, nuestra visión del mundo será más íntima y más humana.
10.1.06
muriel stuart
En la huerta
“Pensé que me querías.” “No, sólo era diversión.”
“¿Cuando estábamos ahí parados, más cerca que nunca?” “Bueno, la luna llena(*) estaba brillando, interfería en tu pelo y me hizo girar la cabeza”
“¿Eso hizo?” “Sí.” “¿Sólo la luna y la luz que atravesaba el árbol?” “Bueno, tu boca, también.” “¿Sí? ¿Mi boca?” “Y la calma que en ese lugar cantaba como un tambor en una sala. No deberías haber bailado de ese modo.” “¿De qué modo?” “Tan cerca, con tu cabeza hacia arriba, y la flor en tu pelo, una rosa que olía completamente cálida.” “Te quería. Pensé que sabías que no hubiera bailado de ese modo con nadie más que con vos.”
“No lo sabía, pensé que sabías que era por diversión.”
“Pensé que era amor lo que sentías.” “Bueno, ya está.” “Sí, ya está. He visto chicos tirándole piedras a un mirlo, y los observé ahogando a un gatito… arañaba las cañas, y ellos lo empujaban hacia abajo en el estanque mientras gritaba. ¿Eso también es divertido?”
“Bueno, los chicos son así… tus hermanos…” “Sí, ya sé. ¡Pero vos, tan lindo y fuerte! ¡No vos! ¡No vos!”
“Ellos no entienden que es cruel. Es solamente un juego.”
“¿Y las chicas también son divertidas?” “No, aún en cierto modo es lo mismo. Es raro y lindo tener una chica…” “Seguí.”
“Te vuelve un poco loco sentir que ella es tuya, y te reís y la besás, y quizás le das un anillo, pero es solamente por diversión.” “Pero yo te di todo.”
“Bueno, no deberías haberlo hecho. Ya sabés lo que un tipo piensa cuando una chica hace eso.” “Sí, habla de ella mientras bebe y la llama una -–” “Pará con eso ahora, pensé que sabías.”
“Pero no fue con nadie más. Fue solamente con vos.”
“¿Cómo iba a saberlo? Pensé que vos querías lo mismo.
Pensé que eras como el resto. Bueno, ¿qué vamos a hacer?”
“a hacer” “¿Está todo bien?” “Sí.” “¿Segura?” “Sí, pero por qué?” “No sé, pensé que ibas a llorar. Dijiste que tenías algo para decirme.” “Sí, ya sé. No era nada import… creo que me voy a ir.”
“Sí, es tarde. Hay truenos, me cayó una gota en la mano, en la oscuridad. Nos veremos de nuevo en el baile la semana próxima. ¿Estás segura que está todo bien?”
“Sí,” “Bueno, me voy yendo.” “Besame…” “Buenas noches.”… “Buenas noches.”
“Pensé que me querías.” “No, sólo era diversión.”
“¿Cuando estábamos ahí parados, más cerca que nunca?” “Bueno, la luna llena(*) estaba brillando, interfería en tu pelo y me hizo girar la cabeza”
“¿Eso hizo?” “Sí.” “¿Sólo la luna y la luz que atravesaba el árbol?” “Bueno, tu boca, también.” “¿Sí? ¿Mi boca?” “Y la calma que en ese lugar cantaba como un tambor en una sala. No deberías haber bailado de ese modo.” “¿De qué modo?” “Tan cerca, con tu cabeza hacia arriba, y la flor en tu pelo, una rosa que olía completamente cálida.” “Te quería. Pensé que sabías que no hubiera bailado de ese modo con nadie más que con vos.”
“No lo sabía, pensé que sabías que era por diversión.”
“Pensé que era amor lo que sentías.” “Bueno, ya está.” “Sí, ya está. He visto chicos tirándole piedras a un mirlo, y los observé ahogando a un gatito… arañaba las cañas, y ellos lo empujaban hacia abajo en el estanque mientras gritaba. ¿Eso también es divertido?”
“Bueno, los chicos son así… tus hermanos…” “Sí, ya sé. ¡Pero vos, tan lindo y fuerte! ¡No vos! ¡No vos!”
“Ellos no entienden que es cruel. Es solamente un juego.”
“¿Y las chicas también son divertidas?” “No, aún en cierto modo es lo mismo. Es raro y lindo tener una chica…” “Seguí.”
“Te vuelve un poco loco sentir que ella es tuya, y te reís y la besás, y quizás le das un anillo, pero es solamente por diversión.” “Pero yo te di todo.”
“Bueno, no deberías haberlo hecho. Ya sabés lo que un tipo piensa cuando una chica hace eso.” “Sí, habla de ella mientras bebe y la llama una -–” “Pará con eso ahora, pensé que sabías.”
“Pero no fue con nadie más. Fue solamente con vos.”
“¿Cómo iba a saberlo? Pensé que vos querías lo mismo.
Pensé que eras como el resto. Bueno, ¿qué vamos a hacer?”
“a hacer” “¿Está todo bien?” “Sí.” “¿Segura?” “Sí, pero por qué?” “No sé, pensé que ibas a llorar. Dijiste que tenías algo para decirme.” “Sí, ya sé. No era nada import… creo que me voy a ir.”
“Sí, es tarde. Hay truenos, me cayó una gota en la mano, en la oscuridad. Nos veremos de nuevo en el baile la semana próxima. ¿Estás segura que está todo bien?”
“Sí,” “Bueno, me voy yendo.” “Besame…” “Buenas noches.”… “Buenas noches.”
(*) N.d.Tin: en el original "harvest moon", es decir la luna de la cosecha, que en el Hemisferio Norte se refiere a la luna llena más próxima al equinoccio de otoño, alrededor del 23 de septiembre.
6.1.06
2.1.06
cortázar
happy new year
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.
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