Tomando de la mesa el hacha india, examinó un momento la cabeza, y luego, acercándola a la luz, sopló grandes nubes de humo de tabaco. Un momento después, la luz estaba apagada, y ese salvaje caníbal, con el hacha entre los dientes, saltaba a la cama junto a mí. Lancé un grito, sin poder remediarlo; y él, con un súbito gruñido de asombro empezó a tocarme.
Tartamudeando no sé qué, me escapé de él hacia la pared, y luego le conjuré, quienquiera o cualquier cosa que fuera, a estarse quieto y dejarme levantar y encender la luz otra vez. Pero sus respuestas guturales me convencieron enseguida de que comprendía muy poco lo que yo quería decir.
-¿Quién demonio usté? -dijo por fin-; usté no hablar, maldito yo, matarle.
Y diciendo así, el hacha brillante empezó a girar a mi alrededor en la sombra.
-¡Patrón, por Dios, Peter Coffin! -grité-. ¡Patrón, despierte! ¡Coffin! ¡Ángeles, salvadme!
-¡Hablar! ¡Decirme quién ser, o, maldito, matarte! -volvió a rezongar el caníbal, mientras que, al blandir horriblemente su hacha india, desparramaba cenizas de tabaco encendidas sobre mí, hasta que creí que se me iba a incendiar la ropa. Pero, gracias a Dios, en ese momento entró el patrón en el cuarto, vela en mano, y yo, saliendo de un brinco de la cama, corrí hacia él.
-No tenga miedo- dijo, volviendo a sonreír-. Esta Quiqueg no le va a tocar un pelo de la cabeza.
-Deje de sonreír- grité-, ¿por qué no me dijo que ese infernal arponero era un caníbal?
-Pensé que lo sabía, ¿no le dije que iba vendiendo cabezas por la ciudad? Pero suelte amarras de nuevo y échese a dormir. Quiqueg, ea; tú entender mí, yo entender tú; este hombre dormir tú, ¿entender tú?
-Yo entender mucho -gruñó Quiqueg, soplando por la pipa y sentado en la cama-. Usted meterse -añadió, haciéndome un ademán con el hacha india, y abriendo las mantas a un lado.
Realmente, lo hizo de un modo no sólo cortés, sino benévolo y caritativo. Me quedé quieto un momento mirándole. Con todos sus tatuajes, en conjunto era un caníbal limpio y de aspecto decente. "¿A qué viene todo este estrépito que he hecho?", pensé. "Este hombre es un ser humano lo mismo que yo: tiene tantos motivos para tener miedo de mí, como yo para tener miedo de él. Más vale dormir con un caníbal despejado que con un cristiano borracho."