30.4.07

olivari

Domingo burgués

Si mis amigos me vieran
en esta tarde de abril,
en verdad que no creyeran
lo que debía ocurrir

con tu hermana la casada
y tu cuñado que es sastre,
...(tu hermana ya está preñada,
y el paseo fue un desastre).

Este poeta con cara
de empleado nacional,
-su elegancia un poco rara
de premio Municipal-.

Vos, con tu carita fina
y tu pasito de alondra,
y la frágil serpentina
de tu risa un poco tonta.

El vientre bien empinado,
-orgullo de recién casada-
como diciendo: «Esto es nada,
lo hizo el tipo de mi lado».

Paseándonos por Palermo
con cara de bien comidos,
tu perfil un poco enfermo
estaba rejuvenecido.

¿Ves que mi amor es muy puro?,
¿ves que te quiero de veras?,
de otro modo, te lo juro,
¿cómo pasearme a tu vera?

Yo, el insumiso y el loco,
terror de ricos parientes,
con mi junquillo barroco,
sin nicotina los dientes...

Con la corbata rameada
que tú me cosiste, ufano,
-corbata que con la pomada
me hace héroe flaubertiano.

El vientre de la señora,
la cara lela del tipo,
la dulzura de la hora,
la fontana con su hipo.

Y esa onda que en mi frente
peiné con tanto cuidado,
y la décima doliente
que te hube dedicado.

Los dulces proyectos que
del casorio entretejemos,
proyectos con gusto de
la dicha usual de esos memos.

que nos vigilan despacio,
con su vientre la mujer,
y con su andar de batracio,
el sastre nos puede ver.

Subir a las calesitas
con alegre suficiencia,
escuchar las conferencias
todas plagadas de citas
de socialistas arteros,
mientras vos con tu cuñado
van al TIRO que está al lado
a perder unos dineros.

27.4.07

bukowski

factotum (frag.)


Volví a meterme. Ella apartó las sábanas y me agarró las pelotas. Luego me agarró el
pene.
—¡Oh, qué mono es!
Yo pensaba: ¿cuándo cojones podré salir de aquí?
—¿Te puedo preguntar una cosa?
—Venga.
—¿Te importa si lo beso?
—No.
Oía y sentía sus besos, luego noté pequeños lametones. Luego me olvidé de todo lo que
se refiriese al almacén de bicicletas. Luego la oí romper un periódico. Sentí algo ajustándose a
la punta de mi polla.
—Mira —me dijo.
Me senté. Jan había construido un pequeño sombrerito de papel y me lo había colocado
en la punta de la polla. Alrededor del glande había enlazado una pequeña cinta amarilla. La
cosa se mantenía graciosamente erguida.
—¡Ay!, ¿a que está muy guapo? —me preguntó.
—¿El? Eso soy yo.
—Oh, no, no eres tú, es él, tú no tienes nada que ver con él.
—¿Que no?
—No. ¿Te importa que lo bese otra vez?
—Está bien, está bien, adelante.
Jan quitó el sombrerito y sosteniéndolo con una mano empezó a besar allí donde había
estado puesto. Sus ojos me miraban profundamente. El glande entró en su boca. Me caí de
espaldas, condenado para siempre.