29.1.06

silvina ocampo

La raza inextinguible

En aquella ciudad todo era perfecto y pequeño: las casas, los muebles, los útiles de trabajo, las tiendas, los jardines. Traté de averiguar qué raza tan evolucionada de pigmeos la habitaban. Un niño ojeroso me dio el informe:
Somos los que trabajamos: nuestros padres, un poco por egoísmo, otro poco por darnos el gusto, implantaron esta manera de vivir económica y agradable. Mientras ellos están sentados en sus casas, jugando a los naipes, tocando música, leyendo o conversando, amando, odiando (pues son apasionados), nosotros jugamos a edificar, a limpiar, a hacer trabajos de carpintería, a cosechar, a vender. Usamos instrumentos de trabajo proporcionados a nuestro tamaño. Con sorprendente facilidad cumplimos las obligaciones cotidianas. Debo confesar que al principio algunos animales, sobre todo los amaestrados, no nos respetaban, porque sabían que éramos niños. Pero paulatinamente con algunos engaños, nos respetaron. Los trabajos que hacemos no son difíciles: son fatigosos. A menudo sudamos como caballos lanzados en una carrera. A veces nos arrojamos al suelo y no queremos seguir jugando (comemos pasto o terroncitos de tierra o nos contentamos con lamer las baldosas), pero ese capricho dura un instante "lo que dura una tormenta de verano", como dice mi prima. Es claro que no todo es ventaja para nuestros padres. Ellos también tienen algunos inconvenientes; por ejemplo: deben entrar en sus casas agachándose, casi en cuclillas, porque las puertas y las habitaciones son diminutas. La palabra diminuta está siempre en sus labios. La cantidad de alimentos que consiguen, según las quejas de mis tías, que son glotonas, es reducidísima. Las jarras y los vasos en que toman agua no los satisfacen y tal vez esto explica que haya habido últimamente tantos robos de baldes y de otras quincallas. La ropa les queda ajustada, pues nuestras máquinas no sirven, ni servirán para hacerlas en medidas tan grandes. La mayoría, que no disponen de varias camas, duermen encogidos. De noche tiritan de frío si no se cubren con una enormidad de colchas que, de acuerdo con las palabras de mi pobre padre, parecen más bien pañuelos. Actualmente mucha gente protesta por las tortas de boda que nadie prueba por cortesía; por las pelucas que no tapan las calvicies más moderadas; por las jaulas donde entran sólo los picaflores embalsamados. Sospecho que para demostrar su malevolencia esa misma gente no concurre casi nunca a nuestras ceremonias ni a nuestras representaciones teatrales o cinematográficas. Debo decir que no caben en las butacas y que la idea de sentarse en el suelo, en un lugar público, los horroriza. Sin embargo, algunas personas de estatura mediocre, inescrupulosas (cada día hay más), ocupan nuestros lugares, sin que lo advirtamos. Somos confiados pero no distraídos. Hemos tardado mucho en descubrir a los impostores. Las personas grandes, cuando son pequeñas, muy pequeñas, se parecen a nosotros; a nosotros, se entiende, cuando estamos cansados: tienen líneas en la cara, hinchazones bajo los ojos, hablan de un modo vago, mezclando varios idiomas. Un día me confundieron con una de esas criaturas: no quiero recordarlo. Ahora descubrimos con más facilidad a los impostores. Nos hemos puesto en guardia, para echarlos de nuestro círculo. Somos felices. Creo que somos felices.
Nos abruman, es cierto, algunas inquietudes: corre el rumor de que por culpa nuestra la gente no alcanza cuando es adulta, las proporciones normales, vale decir, las proporciones desorbitadas que la caracteriza. Hay quien tiene la estatura de un niño de diez años, otros, más afortunados, la de un niño de siete años. Pretenden ser niños y no saben que cualquiera no lo es por una mera deficiencia de centímetros. Nosotros, en cambio, según las estadísticas, disminuimos de estatura sin debilitarnos, sin dejar de ser lo que somos, sin pretender engañar a nadie.
Esto nos halaga, pero también nos inquieta. Mi hermano ya me dijo que sus herramientas de carpintería le pesan. Una amiga me dijo que su aguja de bordar le parece grande como una espada. Yo mismo encuentro cierta dificultad en manejar el hacha.
No nos preocupa tanto el peligro de que nuestros padres ocupen el lugar que nos han concedido, cosa que nunca les permitiremos, pues antes de entregárselas, romperemos nuestras máquinas, destruiremos las usinas eléctricas y las instalaciones de agua corriente; nos preocupa la posteridad, el porvenir de la raza.
Es verdad que algunos, entre nosotros, afirman que al reducirnos, a lo largo del tiempo, nuestra visión del mundo será más íntima y más humana.

10.1.06

muriel stuart

En la huerta

“Pensé que me querías.” “No, sólo era diversión.”
“¿Cuando estábamos ahí parados, más cerca que nunca?” “Bueno, la luna llena(*) estaba brillando, interfería en tu pelo y me hizo girar la cabeza”
“¿Eso hizo?” “Sí.” “¿Sólo la luna y la luz que atravesaba el árbol?” “Bueno, tu boca, también.” “¿Sí? ¿Mi boca?” “Y la calma que en ese lugar cantaba como un tambor en una sala. No deberías haber bailado de ese modo.” “¿De qué modo?” “Tan cerca, con tu cabeza hacia arriba, y la flor en tu pelo, una rosa que olía completamente cálida.” “Te quería. Pensé que sabías que no hubiera bailado de ese modo con nadie más que con vos.”
“No lo sabía, pensé que sabías que era por diversión.”
“Pensé que era amor lo que sentías.” “Bueno, ya está.” “Sí, ya está. He visto chicos tirándole piedras a un mirlo, y los observé ahogando a un gatito… arañaba las cañas, y ellos lo empujaban hacia abajo en el estanque mientras gritaba. ¿Eso también es divertido?”
“Bueno, los chicos son así… tus hermanos…” “Sí, ya sé. ¡Pero vos, tan lindo y fuerte! ¡No vos! ¡No vos!”
“Ellos no entienden que es cruel. Es solamente un juego.”
“¿Y las chicas también son divertidas?” “No, aún en cierto modo es lo mismo. Es raro y lindo tener una chica…” “Seguí.”
“Te vuelve un poco loco sentir que ella es tuya, y te reís y la besás, y quizás le das un anillo, pero es solamente por diversión.” “Pero yo te di todo.”
“Bueno, no deberías haberlo hecho. Ya sabés lo que un tipo piensa cuando una chica hace eso.” “Sí, habla de ella mientras bebe y la llama una -–” “Pará con eso ahora, pensé que sabías.”
“Pero no fue con nadie más. Fue solamente con vos.”
“¿Cómo iba a saberlo? Pensé que vos querías lo mismo.
Pensé que eras como el resto. Bueno, ¿qué vamos a hacer?”
“a hacer” “¿Está todo bien?” “Sí.” “¿Segura?” “Sí, pero por qué?” “No sé, pensé que ibas a llorar. Dijiste que tenías algo para decirme.” “Sí, ya sé. No era nada import… creo que me voy a ir.”
“Sí, es tarde. Hay truenos, me cayó una gota en la mano, en la oscuridad. Nos veremos de nuevo en el baile la semana próxima. ¿Estás segura que está todo bien?”
“Sí,” “Bueno, me voy yendo.” “Besame…” “Buenas noches.”… “Buenas noches.”
(*) N.d.Tin: en el original "harvest moon", es decir la luna de la cosecha, que en el Hemisferio Norte se refiere a la luna llena más próxima al equinoccio de otoño, alrededor del 23 de septiembre.

6.1.06

bashô

Este camino
ya nadie lo recorre.
Salvo el crepúsculo.

2.1.06

cortázar

happy new year

Mira, no pido mucho,
solamente tu mano, tenerla
como un sapito que duerme así contento.
Necesito esa puerta que me dabas
para entrar a tu mundo, ese trocito
de azúcar verde, de redondo alegre.
¿No me prestás tu mano en esta noche
de fìn de año de lechuzas roncas?
No puedes, por razones técnicas.
Entonces la tramo en el aire, urdiendo cada dedo,
el durazno sedoso de la palma
y el dorso, ese país de azules árboles.
Así la tomo y la sostengo,
como si de ello dependiera
muchísimo del mundo,
la sucesión de las cuatro estaciones,
el canto de los gallos, el amor de los hombres.